Translate

domingo, 17 de julio de 2016

40 LETRALIZACIONES Y 28 CANTURREACIONES

MUSICALIZACION Y CANTURREO DURANTE 80 MINUTOS 

ADAPTANDO COMO CANCIONES 28 CAPITULOS DE RAYUELA


40 CAPÍTULOS DE RAYUELA EN CLAVE POÉTICA CLIQUEANDO 


O

28 MUSICALIZADOS EN EL SIGUIENTE VIDEO




Capítulo 73   Quien nos curará del fuego


Ardiendo sin tregua,
soportando la quemadura central
que avanza como la madurez
paulatina en el fruto,
ser el pulso de una hoguera
en esta maraña de piedra,
caminar por las noches de nuestra vida
con la obediencia de la sangre
en su circuito ciego.


Si, pero

quién nos curará del fuego sin color
que al anochecer corre por
la rue de Hauchette, saliendo de los
parvos zaguanes.

Quien nos curará del fuego sin imagen
que lame las piedras y acecha
en los vanos de las puertas,
en carcomidos portales.


Como haremos para lavarnos
de su quemadura dulce
que prosigue, se aposenta
aliada al tiempo y al recuerdo.

Como haremos para lavarnos
de sustancias pegajosas
que nos retienen de este lado
que nos arderá hasta dulcemente
calcinarnos.



Entonces mejor pactar
con los gatos y los musgos,
trabar amistad inmediata
con porteras de roncas voces.

Entonces mejor pactar
con las criaturas pálidas
que acechan en las ventanas jugando
con una rama seca.


Me pregunto en un tiempo
en que corremos al engaño
entre ecuaciones infalibles
y máquinas de conformismo,

me pregunto si sabremos encontrar
el otro lado de la costumbre o
su alegre cibernética
¿no será más que literatura?





Capítulo 1

Y mirá  que apenas nos  conocíamos
y ya la vida urdía lo necesario
para desencontrarnos
minuciosamente.

Como no sabías disimular,
para verte como yo quería era necesario
empezar por
cerrar los ojos.

Entonces, cosas como estrellas amarillas,
saltos rojos del humor y de las horas,
ingreso paulatino en un
mundo-Maga

donde te movías como
un caballo de ajedrez,
que se moviera como una torre, que se moviera
como un alfil.



Comíamos hamburguers en el Carrefour de l’ Odeón
y nos íbamos en bicicleta a Montparnasse
a cualquier hotel,
a cualquier almohada.

Pero otras veces seguíamos
hasta la Porte d´Orleáns
la zona de los terrenos baldíos
que hay más allá,

dejábamos las bicicletas en la calle
y nos internábamos de a poco
y mirábamos el cielo donde vale
más que la tierra.

Sentados en un montón de basura
canturreaba melodías ni siquiera inventadas,
absurdas melopeas cortadas por
suspiros o recuerdos.







ADAPTACION A LA CANCION LES AMOUREUX DU HAVRE




Y mirá que apenas
nos conocíamos
y ya la vida urdía,
desencontrándonos.

Como no sabías disimular
pa’ verte como quería
me di cuenta debía 
a mis ojos, cerrar.



Ingreso a un mundo-Maga
de hallazgo y confusión
estrellas amarillas,
saltos rojos del humor,

donde te movías como un alfil
que se moviera como torre,
moviéndose cual caballo
de un convulso ajedrez.



Comíamos hamburguers
y al cruzar Montparnasse
dejábamos las bicicletas
y en cualquier hotel… a entrar.

A veces llegábamos a baldíos
y mientras me acariciaba
canturreaba melopeas
ni siquiera inventadas.









                  Capítulo 2      Nos queríamos
          
Abrazado a la Maga, esa concreción de nebulosa,
encuentro tanto sentido en escribir la novela que nunca escribiré
como hacer un muñequito con migas de pan
o defender con la vida los ideales que redimen a los pueblos.

Cuantas palabras para un mismo desconcierto,
cuantas nomenclaturas para un mismo desconcierto.
A veces me convenzo que la estupidez se llama triángulo,
de que ocho por ocho es la locura o un perro.

El péndulo cumple su vaivén instantáneo
y otra vez me inserto en las categorías tranquilizadoras,
muñequito insignificante,
novela trascendente, muerte heroica.

Las jerarquías de valores exploradas por Scheler:
lo religioso, lo ético, lo estético.
La lengua de la Maga me hace cosquillas,
lo ético, la novela, la lengua, el muñequito.

Nos queríamos en una dialéctica de imán y limadura.
Nos queríamos en una dialéctica de ataque y defensa.
Nos queríamos en una dialéctica de pelota y pared,
y por todas esas cosas yo me sentía antagónicamente cerca.

Hacíamos el amor con virtuosismo crítico
sin estar enamorados,
después la espuma de la cerveza se ponía como estopa,
se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos.

¿Por qué no aceptar lo que estaba ocurriendo
sin pretender explicarlo
como quién distribuye en un patio de la calle Cochabamba,
macetas con geranios?

En esos días del cincuenta y tanto
lo que verdaderamente me exasperaba
era saber que nunca volvería a estar  tan cerca de mi libertad
como cuando me sentía acorralado por el mundo Maga.









Capítulo  3   En París todo le era Buenos Aires y viceversa  (Murgón)




En París
todo le era Buenos Aires y
viceversa;

en lo más
ahincado del amor
padecía.



El tercer
cigarrillo del insomnio se
quemaba

en la boca
de Olivera sentado en la
cama;

una o dos
veces había pasado la
mano

por el pelo
de la Maga dormida contra
él.


Desenchufó
el tocadiscos desde la
cama,

       continuó
girando unas pocas
vueltas más

y pensó
que esa estúpida inercia le
asociaba

movimientos
aparentemente inútiles de
insectos
o de los niños


En París
todo le era Buenos Aires y
viceversa;

en lo más
ahincado del amor
padecía


Hacer.
Hacer algo,
hacer el bien, hacer pis,
hacer tiempo.



Todo hacer
significaba salir de para llegar
a,

o mover
algo para que estuviera aquí y no allí.

Detrás de
toda acción había una
protesta.

Renunciar
a la acción era la protesta 
desenmascarada.



Gracias a
esa especie de fiaca
sistemática

se había librado
de ingresar a ese orden
fariseo

que confería
las más altas ejecutorias de
argentinidad

mediante una
especialización de cualquier
orden.



En París
todo le era Buenos Aires y
viceversa;

en lo más
ahincado del amor
padecía.







Sous le ciel de Paris
s’envolve une chanson 
mh, mh
J. Drejac – H. Giraud

Capítulo 4             Mocosa

Mocosa, con un hijo en los brazos,
se metió en una tercera de barco
y se largó a estudiar canto a París
sin un vintén en el bolsillo.
Una ligera confusión en los visados,
lo mismo hubiera recalado en Singapur.
Lo importante era estar ante «la vida»,
haber salido de Montevideo.

Invariables amigos de la Maga,
los gatos miaumiau, minuche, kitten, kat, chat,
les hablaba en un lenguaje misterioso,
con citas a plazo fijo y advertencias.
Para tener otra vista del Panteón,
se paraba en el medio de la calle
y un Renault negro le frenaba a dos metros,
siendo puteada con acento de Picardía.

En el Club de la Serpiente la aceptaban
como una presencia natural,
aunque se irritaran de explicarle
casi todo lo que se estaba hablando,
o porque hacía volar pilas de papas fritas 
incapaz de manejar un tenedor,
papas fritas que acababan casi siempre
en el pelo de los tipos de otra mesa.



Durante semanas o meses
anduvieron y anduvieron por París
mirando cosas, dejando que ocurriera
lo que tenía que ocurrir,
queriéndose, peleándose, 
al margen de noticias en los diarios,
de obligaciones de familia
y cualquier forma de gravamen moral.




Capítulo 74       Mi inconformista 


Guijarro y  estrella,
mi inconformista.

En un plano de hechos cotidianos
la actitud de mi inconformista
se traduce por su rechazo de todo
lo que huele a idea recibida, 
a estructura gregaria
basada en el miedo
y en las ventajas
falsamente recíprocas.

Guijarro y  estrella,
mi inconformista.

No es misántropo, pero solo acepta
de hombres y mujeres
la parte que no ha sido plastificada
por la superestructura social.
Con medio cuerpo en dicho molde
lo motiva un saber activo
y no la resignación
del que marca el paso.

Guijarro y  estrella,
mi inconformista

Con su mano libre se abofetea
la cara la mayor parte del día, 
y en los momentos libres, la de los demás,
retribuido por triplicado.
Ocupa su tiempo en líos monstruosos
que incluye amantes, amigos, funcionarios
y en pocos ratos que le quedan libres
hace uso torpe de su libertad.

Guijarro y  estrella,
mi inconformista.

De lo puro-por-anodino
a lo puro-por-desmesura
desdeña las frecuencias intermedias
de la aglomeración espiritual.
Incapaz de liquidar la circunstancia,
trata de darle la espalda,
inepto para sumarse a quienes
luchan por liquidarla.

Se aleja encogiéndose de hombros,
mi inconformista.

Guijarro y  estrella,
mi inconformista.





















































Capítulo 7    

Toco tu boca, con un
dedo toco el borde de
tu boca, voy
dibujándola
como si saliera de mi
mano, como
si por primera vez
tu boca se entreabriera,

y me basta cerrar los
ojos para deshacerlo todo
y recomenzar,
hago nacer cada
vez la boca que deseo,
la boca que mi mano
elige y te dibuja,

una boca elegida entre
todas, con soberana
libertad
elegida por mi
para dibujarla
con mi mano
en tu cara,

y que por un azar
que no busco comprender
coincide exactamente con
tu boca
que sonríe por
debajo de la
que mi mano
te dibuja.












Me mirás, de
cerca me mirás, cada vez
más y entonces
jugamos al cíclope,
nos miramos
cada vez más cerca
y los ojos
se agrandan,

se acercan entre si,
se superponen
y los cíclopes se miran
respirando confundidos,
las bocas se encuentran
y luchan tibiamente,
apoyando apenas la
lengua en los dientes.

Y si nos ahogamos
en un breve y terrible
absorber simultaneo
del aliento,
esa instantánea
muerte es bella,
y si nos mordemos,
el dolor es dulce.

Y hay una sola
saliva y un solo
sabor a fruta
madura, y
yo te siento
temblar contra mi
como una luna
en el agua.



                  



Capítulo 8  Mariposas acuáticas 

Una alegría absurda nos
tomaba de la cintura, y vos
cantabas arrastrándome al mundo
de los peces suspendidos del aire.

Sacan las peceras, los
grandes bocales a la calle y
entre turistas y coleccionistas cuelgan
esferas de agua que el sol mezcla con el aire.


Nos íbamos acercando a
la tienda de nuestra amiga que
te dijo «El agua fría los mata, es
triste el agua fría…»


Los mirábamos jugando a
acercar los ojos al vidrio lo
que encolerizaba a vendedoras, armadas
con redes de cazar mariposas acuáticas.

Descubríamos entre nuestras
exclamaciones enfurecedoras los
matices de colores, los
comportamientos, los amores, las formas.


La vida se instala en formas que
de filo desaparecen;
un golpe de aleta y está
de nuevo, monstruosamente.

Lentos pájaros fríos que
giran danzando dulcemente. Nos
emborrachábamos de metáforas, era el
tiempo delincuescente.







Capítulo 93   Era un hombre que se creía un hombre 

En el principio,

era un hombre que se creía un hombre,
argentino compadrón, con un buen gusto aceptable,
la historia de la raza humana bien sabida, los períodos
artísticos, las nuevas tecnologías.

Era un hombre que se creía un hombre,
en París donde el amor se llama con todos los nombres
de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las camas,
de todos los sueños, de olvidos, de recuerdos.

Me estas alcanzando
una manzana
y yo dejé los dientes
en la mesada.


Era un hombre que se creía un hombre,
Para vos la operación del amor es tan sencilla.
Te curarás, porque vivís en la salud. Es como cambiar de
corpiño, tras de mi habrá otro cualquiera.

Era un hombre que se creía un hombre,
no te quiero por que la sangre me llame a quererte,
no te quiero por vos ni por mi ni por los dos, te quiero pues no sos
mía, porque estás del otro lado.

Me invitás a saltar
y no puedo dar el salto.
No se sostiene un puente
de un solo lado.


Era un hombre que se creía un hombre,
temeroso de pasiones sin razón de aguas profundas.
Madre mía, que burrada infinita, en París
donde el amor se llama con todos los nombres.

Dadora de infinito,
yo no se tomar.
Ya está bien así,
bye.








Capítulo 68    Apenas él le amalaba el noema, a ella 

Sintiendo como...
poco a poco
las arnillas se espejunaban,
se iban apeltronando,
reduplimiendo
hasta quedar tendido
como el trimalciato de ergomanina
al que se le agregaron
unas fílulas de cariaconcia.

Apenas él... 
le amalaba el noema,
a ella se le agolpaba el clémiso
y caían en hidromurias,
en salvajes ambonios.
Y cuando él procuraba
relamar las incompelusas
tenía que envulsionarse
de cara al nóvalo.


Y sin embargo era
apenas el principio,
porque en un momento dado
ella se tordulaba
los hurgalios consintiendo
en que él aproximara
suavemente
sus orfelunios.

Cuando se entreplumaban
algo como un
ulucordio
los encrestoriaba
los extrayuxtaba
los paramovía,
de pronto,
era el clinón.


La esterfurosa convulcante de las mátricas,
la jadehollante embocapluvia del orgumio
los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa.
¡Evohé! ¡Evohé!
Valposados en la cresta del murelio,
se sentían balparamar, perlinos y márulos,
y todo se resolviraba
en carinias casi crueles
que los ordopenaban
hasta el límite de las gunfias







Capítulo 104     La vida, como...

La vida, como un comentario
de otra cosa que no alcanzamos,
y que está ahí al alcance del salto
que no damos.


La vida, un ballet sobre un
tema histórico, una historia
sobre un hecho vivido, un hecho vivido
sobre un hecho real.


La vida, fotografía del número,
posesión en las tinieblas
(¿mujer, monstruo?),
proxeneta de la muerte.


La vida, espléndida baraja,
tarot de claves olvidadas
que unas manos gotosas rebajan
a un triste solitario.




















































Capítulos 10 y 11  Club de la Serpiente, Hora 0

Las nubes aplastadas y rojas sobre el barrio latino
de noche,
el aire húmedo con todavía algunas gotas de agua que un viento
desganado
tiraba contra la ventana malamente iluminada,
los vidrios sucios,
uno de ellos roto y arreglado con un pedazo
de esparadrapo rosa.
Más arriba, debajo de las canaletas de plomo,
dormirían las palomas también de plomo,
metidas en si mismas,
ejemplarmente antigárgolas.

Protegido por la ventana el paralelepípedo
musgoso
oliente a vodka y a velas de cera, a restos de guiso
y a ropa mojada,
vago taller de Babs ceramista y de Ronald
músico,
sede del Club, pedazos de lápices y alambre por el suelo,
sillas de caña,
un disco viejo con un áspero fondo de pua,
un raspar crujir crepitar incesante
Bix y Eddie Lang sus dos nadas
se batían corneta contra guitarra.

Gregorovius entrecerradamente distinguía el rincón
donde Ronald y Wong pasaban los discos,
Olivera y Babs en el suelo apoyados en una
manta esquimal,
él oscilando cadencioso
en el tabaco,
perdida de vodka y alquiler vencido,
Babs.
La Maga vino a sentarse
con un cigarrillo en la boca.
-Lucía, a mi me suena
raro el Uruguay-

Entre el humo los labios de Olivera se movían
en silencio,
hablaba para adentro,
hacia atrás,
a otra cosa que retorcía imperceptiblemente
las tripas de Gregorovius
no sabía porque, a lo mejor esa como ausencia de Horacio
era una farsa,
le dejaba a la Maga
para que jugara un rato
pero él seguía ahí, hablándose con ella
entre el humo y el jazz.








Capítulo 18  El desorden triunfaba 

I could sit right here and think a thousand miles away,
I could sit right here and think a thousand miles away,
Since I had the blues this bad, I can´t remember the day...

No  ganaba nada con preguntarse
que hacía allí a esa hora y con esa gente,
los queridos amigos tan desconocidos ayer y mañana,
las mismas sombras para las mismas velas verdes.
La sbornia en su momento más alto,
vodka dudoso, horriblemente fuerte.

Si todo eso fuera extrapolable,
si todo eso que estaba ahincado y mordiendo,
si todo eso no estuviera ahí para alguien,
si de todo eso títeres, titiriteros, 
se saltara a una cigarra de paz
o un grillito de contentamiento.

Si se pudiera entrar por cualquier puerta
hacia un jardín alegórico para los demás,
y si pudiera cortarse una flor
y esa flor fuera la Maga, Wong o Babs,
a lo mejor todo eso no era más
que una nostalgia del paraíso terrenal.



Resbaló un poco más y vio con claridad tanto como quería
En el suelo o el techo o debajo de la cama
había estrellas y restos de eternidad flotando
poesías cual soles, gatos, femeninas caras,
la blasfemia coexistía con la pura mención de las esencias,
contra escolopendras las hormigas batallaban
y todo eso crecía y era una música atroz
era más que el silencio en las casas afelpadas.
El desorden triunfaba.

Corría por los cuartos con los pelos colgando en mechones astrosos,
los ojos de vidrio, las manos llenas de barajas que no casaban,
mensajes donde faltaban las firmas y los encabezamientos,
lo más vil del lunfardo y una clara imagen se trenzaban,
el suelo estaba lleno de pantalones tirados,
de manzanas podridas, de vendas manchadas,
en la mesa los platos de sopa se enfriaban,
con pedazos de vidrio el presente se afeitaba.
El desorden triunfaba.

No estaba tan borracho como para no sentir
que había hecho pedazos su casa
que dentro de él en su sitio 
no había nada,
se sentía vivir hasta el delirio en el acto mismo
de contemplar la confusión que lo rodeaba
como una veleta que se abría a cualquier viento en mitad de un tiempo,
hasta no poder más, un hombre respiraba.
El desorden triunfaba.

Capítulo 20      Cortazareandose solo


Con lo que tengo me basta para saber
que cada uno puede irse por su lado.
Es antiestético que andemos los tres
en los tobillos del otro, enredándonos.
Si consigo reunir suficiente heroísmo
para plantarte esta noche o mañana,
yo creo que necesito estar solo, 
y aquí no ha pasado nada.


Irás mucho al cine,
seguirás leyendo novelones,
te pasearás con riesgo de tu vida
en los peores barrios, a las horas peores.
Encontrarás cosas extrañas en la calle,
las traerás, fabricarás objetos.
Wong te enseñará juegos malabares,
Ossip te seguirá reverenciándote a dos metros.


Por supuesto, nos encontraremos mágicamente
en los sitios más extraños.
Como aquella noche en la Bastille
en que yo estaba medio borracho,
vos consolabas a un pederasta
y nos quedamos mirándonos,
o cuando nos encontramos por Quai de Jemmapes
y tenias una moneda en la mano.


Lo bueno de todo esto
es que no le damos calce al radioteatro.
No somos adultos.
Es un mérito pero se paga caro.
Los chicos se tiran siempre de los pelos
después de haber jugado.
Debe ser algo así.
Habría que pensarlo.










Capítulo 62  Unos fantoches

En un tiempo
había pensado
un libro que
quedó en notas sueltas.
La conducta
de los personajes,
psicológicamente,
sería inexplicable.

Un billar
que unos individuos
suscitan sin
Fedras, ni Edipos.
Drama impersonal
en que pasiones
se ven comprometidas
a posteriori.

Electromagnetismo
reacciones en cadena,
transmutaciones,
química cerebral.
Sin proponérselo
ciertos sujetos,
inciden en la química
de los demás.

Esos fantoches
se destrozarían
o se amarían
sin sospechar
que la vida
a través de ellos
la clave
trata de cambiar.

Sería como
una inquietud,
                        desasosiego,
desarraigo;
y los actores
penosamente
se abrirán camino
con un tercer ojo
en la frente.



























Capítulo 28   -Si una lombriz pudiera pensar…

-Si una lombriz pudiera pensar,
pensaría que no le ha ido tan mal.
Lo absurdo es creer que podemos
aprehender la totalidad.
La claridad es una exigencia intelectual
y nada más.-

-Nuestro Club no tiene nada de malo
por eso mismo uno está indefenso.
Los vecinos se  quejan de los ruidos,
de las horas en que vamos y volvemos.-
–No grites. Voy a hacer más café.-
–Dale, che.

Si te pasara eso que es no tener fe
y al mismo tiempo proyectarse hacia la muerte,
se empañaría bastante tu espejo
del optimismo de vivir siempre en presente.-
 –La acción puede darle un sentido a tu vida.-
–¿Mereceré?.

Entre yo y lo que me está pasando
se me escapa la relación.
Esta noche es como un cuadro de Rembrandt
donde apenas brilla luz en un rincón.
Y como hablamos dialécticamente decimos
vos, yo.

Cuando la realidad se satura,
se precipita con toda su fuerza
nuestra única manera de enfrentarla
consiste en renunciar a la dialéctica;
es cuando le soltamos la cadena al perro,
etcétera.

Los milagros no me parecen absurdos.
Lo absurdo es lo que precede y los sigue.
Citaste al que  pensé hace diez minutos
entre millones de versos posibles,
lo que la gente llama la casualidad:
il faut tenter de vivre.

El absurdo es que salgas a la mañana
y encuentres tu pedido en el umbral
y te quedes tan tranquilo por que ayer pasó lo mismo
y mañana te volverá a pasar.
Esa carencia de excepciones
me huele mal.-


En una pieza donde diversos tipos
toman café a las tres de la mañana,
Olivera retrocedió hasta la estufa
y desde ahí miraba y escuchaba.
Llovía y poco a poco se levantaría
el alba.










Capítulo 154

-Ustedes vinieron sin saber quién era yo. 
Personalmente opino que vale la pena que se queden un rato.
La sala es tranquila y el más gritón se calló anoche a las dos.
Mis huesos se quedan aquí, muchachos.

Vine a París porque quería  explorar un poco algunas bibliotecas. 
Vaya uno a saber como se enteraron.
Me duele mucho la espalda.
Ya que vinieron a verme, aprovechando…-


Se olía la agridulce aséptica pulverización de los hospitales,
en la cama estaba el viejo muy instalado,
la nariz como un garfio que se prendiera en el aire
para sostenerlo sentado.

Las manos andaban por su lado, alisando algunas hojas
recogiendo uno a uno los cuadernillos.
 –Esta es la llave del departamento- les dijo Morelli
-Que inmerecido honor – respondieron sorprendidos.


-Todos andamos detrás de la pureza,
reventando las viejas vejigas pintarrajeadas.
Mi libro se puede leer
como a uno se le de la gana…

…hacen un paquete con todo y se lo mandan a Pakú,
editor de libros de vanguardia.
Si se equivocan, a lo mejor queda perfecto.
Una broma del alado hacedor de añagazas.-


Se iba a morir sin terminar el juego,
lo malo era que todavía faltaba tanto.
Unos pocos podían acercarse a esas tentativas
sin creerlas un nuevo juego literario.






Capítulo 92   Un nuevo mar, un diferente oleaje 

Y todo el tiempo de esa alegre embriaguez
había esperado algo como un despertar,
un ver mejor lo que lo circundaba
o las razones de cualquiera de sus actos,
sin comprender que limitarse a esperar
abolía toda posibilidad real
condenándose por adelantado
a un presente estrecho, nimio.


Ahora se daba cuenta de que en los momentos
más altos del deseo no ha sabido
meter la cabeza y atravesar la ola
del fragor fabuloso de la sangre.
Fracasar con Pola era repetir
innúmeros fracasos de otras veces,
un juego que se pierde al final
pero que ha sido bello jugar.


Habituado a los ritmos de la Maga,
un nuevo mar, un diferente oleaje
lo arrancaba a los automatismos,
parecía denunciar su soledad.
Encanto y desencanto de pasar
de una boca a la otra y sentir
que la curva es diferente, o un tendón
se crispa en el esfuerzo por besar.


Acariciar una cadera más ceñida,
los senos cantan de otro modo,
bajar la cabeza para encontrar la boca,
tener que alargarse un poco más.
Todo hay que inventarlo otra vez,
nada coincide siendo todo igual.
El peso, el olor, el tono de una risa,
todo nace de nuevo siendo inmortal.

El amor juega a inventarse, huye de si mismo
para volver en sobrecogedora espiral.
Las claves y las cifras van a nacer de nuevo,
nada coincide siendo todo igual.








Capítulo 107   Dicha estatua 

La mejor
cualidad de mis antepasados
es la de
estar muertos;

espero
modesta pero orgullosamente
el momento
de heredarla.

Tengo amigos
que no dejarán de hacerme
una
estatua


en la que
me representarán tirado
boca abajo
en el acto

de asomarme
a un charco
con auténticas
ranitas.

Echando una moneda en una ranura
se me verá
escupir
en el agua,


y las ranitas
se agitarán alborozadas
y croaran durante
un minuto y medio,

tiempo
suficiente
para que pierda
todo interés


la estatua
dicha estatua
mi dicha estatua



























Capítulo 32    Bebé Rocamadur 

Bebé Rocamadur, bebé bebé.
Rocamadur:
Hay una cosa que se llama
tiempo

hay una cosa que se llama tiempo,
es como un bicho que anda y anda. 
No te puedo explicar más porque sos tan chico
pero Horacio está por llegar.

Vivir con Horacio, quien sabe hasta cuando,
ayudandolo a buscar lo que busca.
Rocamadur, cuando seas un hombre
también buscarás como un gran tonto.


Bebé Rocamadur, bebé bebé.
Rocamadur,
Ya no lloro más, estoy
contenta

ya no lloro más, estoy contenta
pero me es tan difícil entender las cosas.
Para entender un poco, preciso tanto tiempo,
eso que otros enseguida entienden.

Pero ellos que todo lo entienden tan bien
no pueden entenderte ni a ti ni a mi,
que yo no pueda tenerte conmigo,
cambiarte los pañales, jugar, hacerte dormir.


Bebé Rocamadur, bebé bebé.
Rocamadur,
No te podría tener
aquí,

no te podría tener aquí, casi no hay sitio para poner nada.
Para poner una palangana hay que sacar el tocadiscos,
y donde ponerlo si la mesa está llena de libros,
aunque seas tan pequeño no cabrías en ninguna parte.

Te golpearías contra las paredes.
Pienso en eso y me pongo a llorar.
Nadie se aguanta aquí mucho tiempo,
vivir combatiéndose es la ley


Bebé Rocamadur, bebé bebé.
Rocamadur:
Hay una cosa que se llama
tiempo,
Ya no lloro más, estoy
contenta
No te podría tener
aquí,
Pienso en eso y me pongo a
llorar.








Capítulo 34       El viento lo fue borrando 

Herida la de tu boca
que lastima sin dolor.
No tengo miedo al invierno
con tu recuerdo lleno de sol.

FALU-DÁVALOS, Tonada del viejo amor

Ah Maga

Donde estaremos desde hoy,
dos puntos cerca o lejos,
que se alejan y se acercan
en movimientos brownoideos.

Componiendo poco a poco
una figura idéntica
a la que dibujan las moscas
volando en una pieza
es ancho y negro el olvido
y entra el otoño en mi corazón.


No se lo cuentes a nadie,
vos eras como una llama,
el molde hueco era yo,
vos pura y libre, temblabas

Pero. que hermosa que estabas
al lado de la ventana,
las manos teniendo el libro,
la boca un poco ávida,
tu pelo suelto en el viento
como un torrente de trigo y luz.


Vos esperabas que yo
me sentara y te explicara.
Yo examinaba las tapas
y petulante callaba.

Cuando era chico leí
lo mismo, obsesivamente.
Me hice de un vocabulario
inútil, redondamente.
El viento lo fue borrando,
y estoy más solo mirando el mar.


Nos íbamos acercando
al día en que comprenderías
que no te daría más
que una parte de mi vida.
se abrió tu boca en la mía
como un damasco lleno de miel




Capítulo 82 Tarea de pobre shamán blanco

Pobre shamán blanco.
No tengo ideas claras,
ni siquiera tengo ideas.
De la penumbra, parto.

Si lo que quiero decir
(si lo que quiere decirse)
tiene suficiente fuerza
se inicia el swing.

Un rítmico balanceo
me saca a la superficie,
lo ilumina todo,
bajo el volcán.

Hay jirones, impulsos, bloques,
y todo busca una forma,
entra en juego el ritmo
y escribo dentro de él.

Su necesidad
es mi única certidumbre,
cuando apenas cesa
no tengo más que decir.

Tarea de pobre shamán blanco,
con calzoncillos de nylon
dibujar mi mandala
y recorrerlo a la vez.


Pobre shamán blanco,
shamán blanco pobre,
shamán pobre blanco,
blanco pobre shamán.

























Capítulo 36

Hacía menos frío junto al Sena,
que en las calles.
Se subió el cuello de la camisa canadiense
y fue a mirar el agua.

La idea de un kibutz del deseo
hacía rato le rondaba.
Sentía que no era una frase absurda
como “esa Palmira gorda, la esperanza”
¿Vos no creés, che?
El gato no dijo nada.

Kibutz del deseo
rincón elegido donde alzar la tienda final,
donde salir al aire de la noche, con el tiempo que lava  la cara,
y unirse al mundo, a la Gran Locura, a la Inmensa Burrada,
hanotó Holivera, debajo del puente,
oyendo los ronquidos de los clochards.

Kibutz del deseo,
no del espíritu, no del alma.
Con un nuevo cigarrillo que le daba calor,
consintió en deplorar la distancia insalvable que lo separaba.
Búsqueda de una ciudadela desesperadamente lejana
solo alcanzable con fabulosas armas,
no con el alma de occidente, con el espíritu,
esas potencias gastadas por su propia mentira, esas coartadas.
Y aunque deseo fuese también
fuerzas incomprensibles de una definición vaga,
lo sentía en cada salto adelante, eso era ser hombre,
ese encuentro incesante con las carencias, con la nostalgia,
esa totalidad inseparable,
no ya un cuerpo y un alma.

Entonces equivocarse ya no importaba tanto
como si la búsqueda hubiera sido organizada
con mapas de la Sociedad Geográfica
y brújulas auténticas certificadas.
Se moriría sin llegar a su kibutz
pero su kibutz estaba allí, lejos pero estaba.
Y entonces podía meter la cara entre las manos
dejando nada más el espacio para que el cigarrillo pasara.

Un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo.
Y de la Tierra al Cielo las casillas estarían abiertas, y Cielo no sería un
repasador manchado de grasa.
Lo malo es que justamente a esa altura,
cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo,
se acaba de golpe
la infancia.

                  ADAPTACIÓN A LE TEMPS DES CERISES

Kibuts del deseo sentía que no era
una frase absurda como “esa Palmira
gorda, la esperanza”.
Rincón elegido donde alzar la tienda,
salir a la noche con cara lavada
hanoto Holivera debajo del puente
oyendo roncar a los clochards.







Capítulo 40     No podía reconciliarse hipócritamente con Buenos  Aires

Ya vegetaba con la pobre y abnegada Gekrepten
que cebaba unos mates impecables
aunque hacía pesimamente el amor.
No podía reconciliarse hipócritamente con Buenos  Aires.

Las cosas simples y un poco viejas lo hacían sonreír:
el mate, los discos de De Caro, a veces el puerto por la tarde.
La vuelta era realmente la ida en más de un sentido.
No podía reconciliarse hipócritamente con Buenos  Aires.

Se armaban terribles discusiones sobre Manauta,
David Viñas, el padre Castellani, la política de YPF, Bioy Casares.
En realidad, no había vuelto sino que lo habían traido.
No podía reconciliarse hipócritamente con Buenos  Aires.

-Horacio es un perfeccionista- lo compadecía Talita.-
A fuerza de pelearse empezaban a respetarse.
-Es el tábano sobre el noble caballo.-
No podía reconciliarse hipócritamente con Buenos  Aires.

Chicas con caritas de arroz con leche y Radio El Mundo,
como un talco de amable tontería pasan por las calles,
sin contar las mujeres intelectuales y emancipadas.
No podía reconciliarse hipócritamente con Buenos  Aires.

Había noches en que todo el mundo estaba como esperando algo.
Olivera era un tipo raro cuya rareza debía andar por otra parte.
Se sentían muy bien juntos, pero eran como una cabeza de tormenta.
No podía reconciliarse hipócritamente con Buenos  Aires.

Al final se iban a la cama con un mal humor latente,
y soñaban todas las noches con cosas agradables,
lo que más bien era un contrasentido.
No podía reconciliarse hipócritamente con Buenos  Aires.





Capítulo 75        Delante del vanitory      

Había sido tan hermoso,
en viejos tiempos, sentirse instalado
en un estilo imperial de vida que autorizaba
a el dialogo con los astros,
las meditaciones en las noches bonaerenses,
los sonetos,
la serenidad goethiana en la tertulia del Colón
o en las conferencias de maestros extranjeros.


Para sentir la distancia que ahora
lo aislaba de ese columbario
de aceptación de lo inmediato como lo verdadero,
que se quería así, deliberadamente atildado,
en Buenos Aires, capital del miedo,
Olivera no tenía más que remedar,
con una sonrisa agria,
los modos áulicos de decir y de callar.


Rodeado por ese discreto allanamiento de aristas
que se da en llamar buen sentido



(delante del espejo
se soltaba la risa en la cara
y en vez de meterse el cepillo en los dientes
lo acercaba a su imagen y la untaba)




Capítulo 56       Las cosas de el otro lado        

Si fueras capaz de ver
las cosas de el otro lado
a lo mejor ya no
querrías moverte de ahí.

Si salieras de, digamos,
la casilla uno a la dos,
o de la dos a la tres,
o de la tres a la cuatro.

Toda la noche he pasado
tirando puchos acabados
y más del ocho no he embocado.
A Cielo no puedo llegar.

Todo se rompe en mis manos,
hago cada barbaridad
que es para volverse loco,
soy un payaso que viene y va.

Todos quisiéramos dar con un reino milenario,
donde quizás se sea más desdichado,
pero no habría que reiterar sustituciones, inmundo juego
que me lleva cincuenta o sesenta años.

Si realmente sospecharas
que esto puede no ser así,
si realmente llegaras
al corazón del alcaucil.

Si nos diéramos la mano
en vez de poner caras de espanto
por querer saber si el otro
esconde un cuchillo por ahí.

Te siento mi doppelgänger  
mi forma que me está mirando.
Pero se que de tu lado
yo ya no puedo estar más.

Es  mejor que te vayas,
hijo de los 5000 años,
si probás venir por mi
yo me voy a hacer a un lado,
si intentás venir por mi
vas a seguir de largo.

Un día meto un dedo en la costumbre
y es increíble como el dedo se hunde.
Al otro lado asomo, parece que voy a llegar
y cinco mil años me tiran para atrás.
Y hay que volver a empezar.